A primera hora de la tarde de un miércoles deliciosamente primaveral, mi madre estaba inmersa en una apacible siesta cuando de repente, dándome yo por gestada la desperté alegremente; enseguida supo que me personificaba de forma inminente. Tuvo el tiempo justo de telefonear a mi padre y de alcanzar la clínica en taxi. Por suerte vivíamos a cuatro manzanas de la clínica. La comadrona, que era la misma que asistió a mi madre en el parto de mi hermana mayor no daba crédito de mi urgencia por conocerla. Jamás entenderé como me pude presentar de una forma tan indiscreta a este mundo. Mi madre que siempre ha sido muy sufrida, no alarmó a mi padre cuando lo llamó al despacho y él, convencido de que tardaría en nacer otras doce horas como su primera hija, se detuvo a buscar a mis abuelos; cuando llegaron, el turrón, ya estaba servido y las presentaciones fueron inmortalizadas. Mi abuelo gran aficionado a hacer películas, grabó todas las etapas de nuestra vida. Y...