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Mostrando entradas de octubre, 2011

El secreto de los Dalí

En el año 1929 en una idílica cala del Cap de Creus , Dalí confesó su irrefrenable amor a Gala y ella, inmediatamente, le contestó: "a partir de ahora no nos separaremos nunca más".  XXI años después posaban así de juntos en su casa de Port Lligat.  Port Lligat 1950 Llamo a mi esposa: Gala, Galuxka, Gradiva, porque ha sido mi Gradiva; Oliva por el óvalo de su rostro y el color de su piel; Oliveta, diminutivo de la Oliva, y sus delirantes derivados: Oliueta, Oriueta, Buribeta, Buriueteta, Suliueta, Solibubuleta, Liburibuleta, Ciueta, Liueta. También le digo Lionette, porque ruge, cuando se enfada, como el león de la Metro-Goldwyn-Mayer; Esquirol (ardilla), Tapirus, Pequeño Negus, porque se parece a un animado animalito selvático; Abella (abeja) porque descubre y me trae todas las esencias que se convierten en la miel de mi pensamiento en la colmena ajetreada de mi cerebro. Me trajo el raro libro de magia que había de nutrir mi magia, el documento histórico que

Ellos son el Sol y Ellas la Luna

En los comienzos de la humanidad el hombre era depredador. Pero de pronto  la invención de la agricultura vino a alterar profundamente la vida y el destino de la humanidad. El hombre de vagabundo y recolector se transforma en productor y se inventa el concepto tiempo: tiene que pensar en el futuro, labrar y sembrar hoy para recoger mañana. Estos cambios implicaron una revolución en el pensamiento. El hombre toma conciencia de los ritmos superiores que rigen el cosmos: ritmos en lo que también parece imperar en el concepto tiempo.  La obsesión por propiciar y asegurar la fecundidad de la tierra y de los  animales, de la que dependía la supervivencia de la comunidad, empezó a concretarse en unas prácticas religiosas de contenido astral. Estas se centraron en la estrella Spica y la luna.  En los inicios de la civilización agrícola, hace más o menos 14.000 años, el  equinoccio de primavera tenía su punto vernal (o punto del sol en el ecuador celeste) en la constelación que hoy llamamos V

Anatomía de un juguete

                    Hans Bellmer estaba instalado en Berlín en el año 1933 cuando creó La Poupée (La Muñeca). La instantánea de su muñeca me resultó a primera vista inquietante; su desoladora e impactante composición condujo mi imaginación  por un periplo de mundos lejanos y cercarnos, oscuros, claros y grises. No tardé apenas nada en abandonarlas para incurrir en otros mundos no tan infantiles, más adolescentes y maduros en los que igualmente está presente el miedo, el terror o la muerte pero en los que ya se huele el instinto convertido en deseo, mundos en los que la sensualidad se manifiesta con una naturalidad salvaje, escenarios en los que la seducción es un juego de miradas carnales, un juego de palabras maquilladas para ser indecentemente desmaquilladas, sensaciones en las que el sexo es un roce de cuerpos desatados, lujuriosos, encendidos con las brasas del pecado, con lo prohibido, con lo inmoral, con lo indecente... lo obsceno pervirtiendo, lo perverso azotando l