Martes, 22 mayo, aprovechando que el lunes era segunda pascua en Barcelona, me tomé la semana entera de vacaciones. Mi destino: Menorca; pocos días para poco equipaje. Es algo que acabas aprendiendo necesariamente. Al despegar, un irresistible e hipnótico frenesí de libertad invadió mi capacidad mental y cognitiva. Creo que a todos nos llega en vacaciones, ese toque de queda tan íntimo, de impetuosa libertad. Es como si de repente tomaras los mandos de tu avión, olvidando por completo el piloto automático de cada mañana, es, ese amanecer a solas con tu estado real; es por fin, el rugir no platónico del león de la selva, es ese movimiento repetido desde antes de los griegos y a la vez tan mamífero del delfín cada vez que se impulsa, decididamente vital, por encima de la superficie del mar para llenarse de aire, y es también, como el pulso espiritualmente lunático, con el que la ola, abrazará la orilla para borrar innombrables huellas que no necesita; es todo esto, reducido al momentazo...