No paró de nevar en toda la noche. El paisaje amaneció completamente blanco tras las cristaleras del salón. La urbana postal monocromática no le alegraba ni el ánimo ni la vista, en realidad lo entristecía locamente. Era el peor invierno de su vida, sentía tanto dolor en su alma que era incapaz de disfrutar la espontánea sonrisa de los niños mientras construían encima de las aceras pequeños muñecos de nieve, tampoco seguía con entusiasmo el trayecto de las bolas bomba que cruzaban las calles de acera a acera...sin duda ya nunca más sería el mismo, sentía que su carácter se había transformado, ya no era alegre, pasional, decidido, ya ni siquiera esperaba con anhelo la llegada de la primavera. Sabía que su inmovilizante iceberg no se fundiría con los suaves arpegios que desprenden los árboles con los primeros calores, ya ni siquiera esperaba la eficaz e incandescente llama del verano, él sabía muy bien que nada derritiría su dura y gélida alma, ni siquiera la seductora ternura del sol