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Distintas formas de mirar el agua

Julio Llamazares es de los escritores que piensa que una historia no se elige, que es la historia la que te elige a ti, y creo que esto se puede extrapolar a muchos lectores pues siempre he pensado que son los libros los que nos eligen a nosotros, excepto cuando alguien te los regala o te presta el último libro que ha leído pensando que a ti te va a llenar tanto como a él o a ella.

Una de las personas que más acertaron poniéndome un libro entre las manos fue mi abuela, yo en cambio, soy bastante incapaz de acertar regalando un libro y seguramente es por la convicción de la que hablaba al principio.

A veces nos reuníamos en la terraza del Majestic, muy cerca de la Casa del Libro, nos tomábamos algo rápido porque aunque fuese mi abuela en ocasiones tenía más prisa que yo y así, en un soplo de justicia abuela-nieta hablábamos de nuestras vidas. Nunca me resistí a su elegancia, y cuando digo elegancia, no me refiero a esa elegancia que va con las formas y que se puede aprender, no, ella nació elegante sin pretensión. Por eso defendía encarecidamente la belleza natural, y me encantaba su aptitud para poner la mirada en el tiempo, me cautivaban sus conversaciones, me hablaba de pinturas, de exposiciones, de libros, de películas, de actores y actrices, y escuchábamos música clásica..me enseñaba cosas realmente agradables al tiempo que compartíamos sensaciones, emociones cotidianas  y por supuesto muchos recuerdos, detalles imborrables, gestos entrañables y auténtico. Yo escuchaba especialmente su sonrisa reservada siempre al presente, alimentando el futuro, no lo invocaba pero lo convocaba y me parecía encantadora por eso.

Debí aprender mucho más de ella, debí escucharla más cuando me decía: viaja, no dejes de viajar, sigue aprendiendo idiomas... me lo decía ella, que en su infancia cruzó los pirineos para acogerse a una escuela francesa. Huérfana de padre y despidiéndose de su madre en plena guerra civil cruzó junto a su hermana y unos veinte niños más los pirineos a pie, descalzos, sin apenas comida, al llegar enfermó tanto que casi murió...Mi bisabuela no paro de buscarlas, me emociono cuando leo la correspondencia que mi bisabuela se cruzaba con la Cruz Roja para tener noticias de ellas.

La solución para mi bisabuela tan de Esquerra Republicana ella, en medio de ese escenario bélico, enviudada en un piso de cinco habitaciones y dos hijas a buen recaudo pero sin noticias de ellas, fue casarse con un americano; él se enamoró de ella y enseguida le propuso matrimonio y adoptó a sus hijas, para ello tuvo que ir a buscarlas a Francia y no fue fácil encontrarlas, ya que aquellos niños que cruzaban la frontera al llegar los separaban por edades, de manera que muchos hermanos se soltaban de la mano en ese instante,  luego se supo que a la hermana de mi abuela estuvieron a punto de adoptarla unos extranjeros y de haber sido así, quizá nunca la hubiese conocido yo ni tampoco a sus hijos. Afortunadamente, el americano vino casi con la paz y les hizo de buen padre en la postguerra, las educó tan amablemente como pudo y las quería como si fuesen sus hijas, sin embargo mi abuela, no pudo olvidar a su padre. 

Dos noches antes de morir, mi abuela me habló otra vez de su padre, la invité a ello, pensé que hablar de él la reconfortaría, le aliviaría quizás su miedo a la muerte a cambio de ese deseo de reecontrarse con él. Este era su punto más débil, nunca fue capaz de hablarme de la muerte, ni el día que murió su hermana, ni el día que murió su hermanastro, ni cuando murió mi abuelo o una de sus nietas, el día que murió mi prima, ví en su rostro lo que nunca fue capaz de decirme de la muerte, ni siquiera unas horas antes de morir, cuando ella se daba por vencida, no nos dijo quiero que me entierren aquí o allí, tampoco supe nunca si quería ser incinerada, obviamente estos detalles eran producto de su elegancia, elegancia que a mí me afectó mucho al ver su féretro en el crematorio: junto a su cuerpo había dos difuntos más dispuestos a entrar en los crematorios, no pude aguantarlo, nadie me obligaba a estar allí, excepto la conciencia de no acompañarla hasta el final, ella pobre, que ya no estaba!

Unos minutos antes, acababa de verla detrás del cristal que enmarcaba su cuerpo dentro de la caja y, no puedo decir que estaba en paz aunque lo parecía, no puedo decir que descansaba en un placentero sueño, para mí estaba muerta aunque su cuerpo refrigerado no le quitaba dignidad, le aumentaba por momentos y pensarlo me parecidó sádico por mi parte, llegué a mirarla como cuando uno mira por primera vez una escultura de Miguel Ángel o de Bernini, algo en mí surgía para deplomarse gélidamente.

Durante la misa creí que no podría leerle el poema de "por quién doblan las campanas", pero en realidad al pensar en ella fue fácil:

¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?
   
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

A ella le encantaba...

Siento añoranza, no es pena sin desconsuelo, es anhelo, dicen que el anhelo es tristeza pero en mi caso yo sólo anhelo su cariño y su amor, creo que si ahora no lo sintiera me moriría; y necesito ir a su casa, aunque sea a ratos una o dos veces por semana, abro sus ventanas y dejo que el aire  lo inunde todo, sus muebles, sus pinturas tan bonitas en su composición con ese colorido que sólo ella sabía combinar, sus libros, sus camisones...me siento unos instantes junto a la terraza y de repente su voz regresa a mí y lo hace con una cadencia de gran madre, filtrándose en mi sombra, la sombra de su nieta, acaronando mi tez, inclinando mi dolor, es como un suspiro de paz, y es el entendimiento profundo de por qué los franceses llaman a sus abuelas grand mère y a sus abuelos grand père.. Cenizas...cenizas...cómo pude dejar que se convirtiera en cenizas?...no sé cómo lo hicimos, pero lo hicimos.

 En "Distintas formas de mirar el agua", Julio Llamazares ha dejado un pregunta en su contraportada:

¿Puedes regresar a un lugar del que nunca te marchaste?

"La gente no sabe muchas veces lo que debajo del agua se oculta ni la historia que se borró para siempre con la demolición del último de los pueblos que aquí existieron. De ahí que algunos exclamen mientras lo contemplan: ¡Qué bonito! y que triste añado yo."

En medio de un paisaje hermoso y desolador, la muerte del abuelo reúne a todos los miembros de una familia. Junto al pantano que anegó su hogar hace casi medio siglo y donde reposarán para siempre las cenizas de Domingo, cada uno reflexiona en silencio sobre su relación con él y con los demás, y sobre todo cómo el destierro marcó la existencia de todos ellos.

Desde la abuela a la nieta más pequeña, desde el recuerdo de la aldea que los mayores se vieron obligados a abandonar a las historias y pensamientos de los más jóvenes, esta novela es el relato coral de unas vidas sin vuelta atrás, una caleidoscopio narrativo y teatral al que la superficie del pantano sirve de espejo.

No existe una única forma de ver el agua, pero el sentimiento de desarraigo, de exilio definitivo, ha permeado gota a gota en esta familia, generación tras generación. Tal vez porque ningún lugar duele tanto como aquel al que jamás podrás volver si no es desde el recuerdo o una vez muerto. Pero lo importante es regresar, como Ulises a Ítaca. No importa cómo ni de qué forma.

Comentarios

D.F. ha dicho que…
Dentro de tus vivencias me quedo con "esa elegancia que se puede aprender"... Es verdad, lo digo en no pocas ocasiones, hay cosas que no se pueden comprar...

Besos
Gemma ha dicho que…
Las campanas también doblan por ti.

Gracias por tu visita.

Besos.
Ricardo ha dicho que…
Recordaba a una Gemma de otros tiempos y que era una mujer encantadora. Ahora veo que continúas siéndolo y da gusto leer lo que quieres decir y sentir que la nostalgia no es mala. Un abrazo. Ricardo.
Gemma ha dicho que…
Hola Ricardo, muchas veces sin saberlo estamos acariciando la felicidad, eso es lo que suele decirme la nostalgia. Estoy encantada de poder saludarte otra vez. Un abrazo.