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Una mañana de agosto...



Amanecía dentro del bosque. Hacia pocas horas que acababa de llover y un velo de neblina desnudaba lentamente las copas de los árboles. Los aromas de la naturaleza subyugaban el ambiente con el frescor de la hierba, con la intensa fragancia del pino, de la encina, de la tierra mojada. Fui a caballo por un sendero que conduce a un bello y serpenteante riachuelo divinizado por una cascada. Cuenta una leyenda que las hadas habitan detrás de la cola de la cascada, en una pequeña gruta que se abre entre las grandes piedras desgastadas por las caricias del agua. Aunque yo jamás las he oído cantar, alguno hay en el pueblo que asegura oír sus dulces melodías en las noches de luna llena.



Auditivamente, agudicé todo lo que pude, pero allí lo único que interrumpía el silencio era el relajante sonido del agua patinando musicalmente entre las piedras que dividen las dos orillas y el alborotado revuelo de unos párvulos pajarillos que agitaban los nidos con un brío casi puberil, reclamando el primer sustento del nuevo día. Una ardilla se hizo ver; cruzó el río graciosa y presumida, saltando de una piedra a otra, iba tan apresurada que parecía que perdía el tren, por un momento pensé que se había puesto zapatitos de salón y que iba al ritmo de un tango pasión, tenía todo el gesto de seguir a Gardel.





Desde que era una niña no me había bañado bajo la cascada; el agua estaba fresca y limpia, podía ver el fondo con total transparencia. La naturaleza es perfecta y al disfrutarla tan íntimamente, una tiene la sensación de rozar casi lo divino. El alma resucita y con ella, el apetito.

Algunos demiurgios aseguraron que poseemos un alma apetitiva en el abdomen, otra pasional en el tórax, y una racional en la cabeza. Con lo complicado que sigue siendo para la ciencia identificar una sola...y los platónicos ya lo tenían tan claro! Tomás de Aquino era más práctico: "somos cuerpo completamente y a la vez somos alma completamente". Cuerpo y alma. Es el alma la que tiene el ser en primer lugar y, el cuerpo, lo que está encaminado a ella; es el alma quien exige disposición de la materia.